sábado, 23 de febrero de 2008

Choque

Cuando la rutina ya parece haber tomado el control de la situación y da la impresión de que todo lo que pasará en un día está ya escrito la vida se encarga de enseñarnos que eso nunca es así. Las sorpresas pueden ser gratas o no. En este caso la interrupción fue un golpe, literalmente un golpe violento. Un golpe que no recibí.


Caminando ensimismado como siempre hacia el trabajo, escuche un topón y supuse que me encontraría con dos tipos peleando en la esquina por una ralladura en la pintura o por una abolladura en el parachoques. Pero al aproximarme veo un auto insertado en el tronco de un árbol, fui corriendo para ver que podía hacer. Pero cuando llegué a la esquina el problema se presentó en su real dimensión. El otro auto estaba volcado, apoyado sobre su costado derecho. Se escuchaban los gritos de ayuda y los vecinos ya comenzaban a pulular como moscas alrededor de los accidentados.


Como pudimos ayudamos a sacar a la conductora y su copiloto, iban 4 mujeres en vehiculo, llorando nos pedía que tomáramos la patente del otro auto, que había quemado una luz roja y de que por eso las chocaron por el lado. No tenía conciencia de si misma, solo atinaba a llorar y pedir que identificaran a sus agresores. ¿Cómo decirle que sus agresores estaban en una situación tan perentoria como la de ella? ¿Como decirle que ellos están a un costado del camino sangrando igual que ella?


De ahí me asome por lo que fue el vidrio trasero. Había dos personas ahí. Una señora que rogaba que la sacaran y una joven que había logrado sentarse sobre el costado y que estaba apoyándose en el techo del auto, ella con la cara ensangrentada me preguntaba en que parte de la cara tenía el corte. Todo fue extrañísimo. Yo había hecho hace poco parte de un curso teórico de primeros auxilios. De hecho tengo el manual aquí a mi lado mientras escribo. Pero nunca nada es como se supone que debe ser. A esas alturas ya había llegado seguridad ciudadana y un carabinero. Así que solo atine a decirle a la señora que respirara y que tratara de no moverse. ¡Respire señora! No se mueva, no la puedo sacar de aquí. Su posición era bizarra y antinatural, así que recordé la primera lección del curso. Evitar a cualquier costo un daño cervical o en la columna. En esos momentos yo no podía hacer nada, solo reconfortarlas y evitar que se movieran. Le decía a la señora que se calmara que la ambulancia estaría en menos de 5 minutos y mientras tanto miraba a la joven que estaba sentada al lado con la cara ensangrentada. Había tratado de subir el brazo para tomarse de uno de los asientos y salir por la puerta lateral que en esos momentos estaba sobre su cabeza. Pero alguien más le dijo que bajara el brazo y que no lo intentara, que esperara a los bomberos mejor. Ella me miró fijamente, una mirada de duda o desesperación. Yo le sonreí y solo atine a decirle que la herida era en el cuero cabelludo, que seguramente no iba a quedar con cicatrices. Que seguiría viéndose bien. Me hubiera gustado acomodar a la señora, me hubiera gustado tomarle la mano a la joven y reconfortarla. Pero esto no es como en las películas. No podía hacer más que lo que hice. Decirles que se calmaran y que esperen la ambulancia con paciencia. No podía decirles que no quería tocarlas por miedo a causarle un daño severo a la columna a causa de algún movimiento brusco que eso podía ocasionar. No podía decirles que no se pararan, porque en mi manual de primeros auxilios dice que claramente eso es lo que NO se debe hacer. Solo podía decirles que se calmaran. Y que la ambulancia ya llegaría. A los pocos segundos me salí del auto, le explique la situación a uno de los tantos guardias de seguridad ciudadana que estaban en ese momento ahí. El entró y tomó mi lugar. Yo me quede mirando a mí alrededor. Los autos, la multitud, carabineros. El auto no se volcó completamente gracias a un poste de luz que quedo hecho trizas.

De ahí seguí a mi trabajo. Sentí la angustia de ellas cuando iba mitad de camino, ahí me dio miedo, me dio rabia, quise llorar, pero solo seguí caminando. Vi la ambulancia pasar, escuche a la distancia el camión de bomberos acercarse a toda velocidad. Ya habían pasado más de 10 minutos desde que yo les dije a las mujeres que la ambulancia no se demoraría más de 5 minutos en llegar.


En la tarde cuando venía de vuelta ya no quedaba auto. Ni restos de auto. Solo algunas esquirlas de vidrio y uno que otro pedazo de plástico demasiado pequeño para ser llevado por los de la municipalidad. De ahí cuando me fui hacía mi tercer turno, el poste que había detenido los giros del auto había sido reemplazado. Ya solo faltaba que los barrenderos hiciesen su pasada habitual para que todo rastro del accidente hubiera desaparecido.


Me pregunto como estarán ellas ahora. Me pregunto como quedo el otro auto al que ni me acerque. Me pregunto si mi sonrisa o mis palabras lograron tranquilizar a alguien. Creo estar seguro de que lo que hice fue lo mejor que podría haber hecho, pero aún así tengo miedo de haber sido más parte del problema que de la solución, creo que no.


Me sorprende también mi la fuerza de la rutina, la fuerza del deber inútil. Cuando ya no fui de más utilidad me fui camino al trabajo. 15 minutos después de haber estado acompañando a esas mujeres en espera de una ambulancia me encontraba detrás del mesón diciendo ¿Que va a querer? ¿En que le puedo ayudar? Son 750 ¿desea algo más? Creo que eso es lo que más miedo me da de todo esto.




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